Autor: Grupo Legislativo PAN
Por: Cecilia Robledo Suárez.
La leche materna es mucho más que un alimento: es una forma de dar amor, seguridad y compañía. Representa el mejor comienzo en la vida de un niño o una niña. Es el primer lazo entre madre e hijo, el puente invisible que une dos corazones en un mismo ritmo, símbolo de entrega, protección y esperanza.
Durante los primeros dos años de vida, la lactancia materna es esencial para garantizar el crecimiento y desarrollo óptimo, pues los bebés que son amamantados crecen más sanos, desarrollan mayor inteligencia y establecen un vínculo afectivo más estable con su madre. En cada gota de leche materna hay vida y afecto.
Contiene todos los nutrientes necesarios desde el nacimiento, protegiendo contra infecciones y enfermedades gracias a su equilibrio natural de vitaminas, minerales y proteínas. Diversos estudios han demostrado que la lactancia materna es un factor protector frente a enfermedades infectocontagiosas, cardiovasculares y metabólicas, además de favorecer el neurodesarrollo y mejorar el coeficiente intelectual. Se ha calculado que amamantar puede prevenir hasta un 13% de la mortalidad infantil mundial y reducir en un 36% el riesgo de muerte súbita del lactante.
Pero los beneficios trascienden a la madre y al hijo: alcanzan a la familia, la economía y la sociedad. Amamantar significa también ahorrar recursos, fortalecer la salud pública y construir un futuro más justo y sustentable. En países donde la lactancia se promueve activamente, se han registrado reducciones millonarias en gastos médicos, menor incidencia de enfermedades crónicas y una mejora significativa en la productividad y bienestar social.
A la par, la lactancia materna es un acto de respeto con el planeta. Es el alimento más natural, ecológico y sostenible que existe: no contamina, no genera residuos, no consume energía ni produce emisiones. Su huella ecológica es amor puro transformado en nutrición. En contraste, la producción de fórmulas lácteas industriales implica altos costos ambientales, uso de agua y combustibles, y toneladas de desechos que contaminan nuestros ecosistemas.
No amamantar, en cambio, puede traer consecuencias graves. El uso de biberón y fórmula altera el desarrollo oral y respiratorio, modifica la microbiota intestinal y aumenta la propensión a alergias, infecciones y enfermedades autoinmunes. La evidencia médica es clara: la lactancia materna es el acto de cuidado más poderoso y completo que una madre puede ofrecer a su hijo.
Amamantar es también un derecho humano. Es la expresión más íntima de la maternidad libre y protegida. El artículo 4° de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos reconoce el derecho a la salud y a la alimentación nutritiva, suficiente y de calidad, y los tratados internacionales, como la Convención sobre los Derechos del Niño y la CEDAW, obligan al Estado a garantizar este derecho.
En Nuevo León, el marco legal refuerza esta visión. La Constitución local, la Ley de Salud y la Ley para la Protección, Apoyo y Promoción de la Lactancia Materna establecen la obligación de promover, respetar y facilitar la lactancia en todos los espacios: hogares, hospitales, escuelas, centros laborales y espacios públicos. Este compromiso no es solo legal: es moral, es humano.
Por ello, reconocer, apoyar y facilitar la lactancia materna no es un gesto de cortesía, sino una política de justicia social. Es proteger la vida en su estado más puro y vulnerable. Es cuidar el comienzo para garantizar un futuro más saludable, más equitativo y más humano.
Amamantar es sembrar amor. Promover la lactancia es cuidar la infancia.
Defenderla es proteger el mañana.
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